Breve Historia de la Misión de la Tarahumara

Hace unos dos mil años se asentaron en este territorio los rarámuri, dejando migraciones uto-aztecas que iban hacia el sur. La tierra era grande y rica para sustentarlos con la recolección, la caza, la pesca y cada vez más con la agricultura. A finales del siglo XVI no sospechaban que los bosques y minerales de su tierra serían causa de su despojo actual.

Siglos XVI y XVII: Invasiones y rebeliones

En 1589 entraron los primeros españoles en territorio rarámuri por la región de Chínipas. Los invasores llegaron buscando riquezas y los indígenas se mostraron cordiales ante la amenaza de sus armas. Los rarámuri no querían extraños en su territorio porque se les quería imponer un modo de vida y trabajo diferente, al servicio de los españoles, que se reunieran en poblados y dejaran sus creencias. Lucharon defendiendo su fe y su cultura.

Hubo 5 rebeliones mayores con 15 años de guerra de 1616 a 1698, y las misiones jesuitas fundadas independientemente en la Alta y la Baja Tarahumara en 1611 y 1626 sólo pudieron trabajar durante 32 y 29 años, respectivamente, en todo el siglo XVII. Murieron 14 misioneros en las rebeliones.

Finalmente los rarámuri optaron por la resistencia pacífica y el refugio en las montañas para salvar lo importante.

Los españoles renunciaron a reunirlos en poblados y a quitarles sus rituales. Cambiaron sus tácticas por un control político poniendo ‘capitanes’ y ‘gobernadores’ indígenas para organizar en grupos a los dispersos.

Los misioneros respetaron su religión y a su vez pusieron ‘fiscales’ entre los indígenas para convocar a las fiestas cristianas; construyeron templos para reunir al pueblo; apoyaron el nuevo sistema de autoridades; introdujeron la ganadería y nuevos cultivos.

Los misioneros fueron progresando en su trato con los rarámuri al participar en sus ceremonias.

Los rarámuri se rehusaban a formar pueblos y temían hacerse cristianos pensando que se les impondría, como ley de Dios, el trabajo de los españoles. A pesar de todo, conservaron su independencia en lo que más les importaba, su libertad en dispersión, formas de trabajo y ritos ancestrales, aunque tolerando despojos y adoptando lo que les fue útil.

Siglo XVIII: Cambios estructurales

La vida del rarámuri había cambiado ya a principios de siglo. Adoptaron elementos culturales importantes como el nuevo sistema de autoridades en lo político, el pastoreo y nuevos cultivos en sus formas de producción, el bautismo, el templo y las fiestas cristianas en su religión. Las misiones maduraron y se crearon lazos de afecto con los misioneros.

Los rarámuri adoptaron así, en cierta libertad, a los misioneros y su fe por el sustrato de coincidencias y conveniencias que debió existir. Seleccionaron a su manera lo que les enriquecía su visión de Dios y del mundo, dejando a un lado lo que no les pareció significativo.

Hubo una adopción selectiva ya que hasta hoy los misioneros siguen siendo aliados aceptados y queridos, y los ‘chabochis’ (no-indígenas) siguen siendo adversarios y temidos, aunque en convivencia pacífica.

Cuando se había logrado un avance en la misión y los rarámuri se reconocían como bautizados (rarámuri-pagótuame), vino la expulsión de los jesuitas de los dominios de España en 1767. Se contaba entonces con 22 misiones.

Enviaron padres diocesanos de Durango y posteriormente se entregaron las misiones a los padres franciscanos, quienes pese a sus esfuerzos no pudieron cubrir efectivamente todo el territorio.

A finales del siglo XVIII se inició una etapa afortunada en que los rarámuri quedaron libres para reinterpretar el cristianismo en formas y símbolos propios. El abandono gradual de las misiones que comenzó aquí liberaría durante todo el siglo siguiente a los indígenas ya cristianos de una forzada occidentalización de su vida y de su religión.

Siglo XIX: Raramurización

Las guerras de independencia y la inestabilidad política que se dio en México durante los primeros 70 años del siglo terminaron con las misiones. En 1849 prácticamente todas las misiones estaban en manos de diocesanos y en 1893 había un solo sacerdote, en la región de Norogachi, para atender a todos los rarámuri dispersos por la sierra. Durante los últimos 5 años del siglo vinieron algunos padres josefinos para trabajar en la región.

La salida de los franciscanos y las nuevas leyes liberales favorecieron la invasión de las mejores tierras indígenas, defendidas hasta entonces por las misiones. Los rarámuri entonces se remontaron definitivamente y se refugiaron en lo que entonces era inaccesible, en las barrancas y en las cumbres de la sierra. El pueblo cristiano de los rarámuri quedó en manos de sus propias autoridades tradicionales, de las que parecen tener origen prehispánico y de las adoptadas por ellos en torno a las misiones del siglo XVII.

Esto reforzó su sistema político, que llegó a una síntesis armónica de cargos y servicios a la comunidad. También la austeridad de la montaña consolidó su sistema económico de autoconsumo, haciéndolos más autosuficientes e imponiéndoles la necesidad de compartir lo que se tenía. Su sistema religioso también se reforzó ya que lograron una síntesis entre lo ancestral y lo misional, dirigiendo su propia historia.

Siglo XX: Se repite la historia

Los jesuitas regresaron a la Tarahumara en el año de 1900. Los rarámuri no habían perdido la continuidad de su proceso y sus opciones se habían reforzado. Pero los misioneros volvieron sin la experiencia de los antiguos, en un tiempo en que la Iglesia había endurecido su posición.

Se repitió un choque cultural inevitable. Se abrió un abismo entre la iglesia raramurizada y la iglesia romanizada. Los rarámuri mantuvieron su memoria histórica traducida a símbolos y no dudaron de su ser religioso aunque los nuevos misioneros lo incomprendieran. Cortésmente escuchaban los nuevos discursos o suspendían un rito en el templo porque los misioneros lo veían impropio. Pasaron al anonimato de sus símbolos y ritos alejándose de nuevo para creer y celebrar en la montaña. Los misioneros perdieron la perspectiva histórica y venían muy seguros de su teología que debía ser aceptada por toda cultura.

Así, las misiones vieron la necesidad prioritaria de ‘educar’ para que los indígenas fueran cristianos verdaderos. Y se cayó en los mismos errores del pasado: formar ‘colonias’, poblados de indígenas civilizados y catequizados; enseñarles oficios para que supieran trabajar a nuestra manera; reprobar sus ritos, sobre todo los más ancestrales, sin aceptar a veces la danza de matachines y otras formas de culto que los antiguos habían aprendido de los misioneros para celebrar sus fiestas cristianas. Los rarámuri tomaron lo bueno que se les ofrecía y dejaron de lado educadamente lo no significativo.

En 1910 estalló la revolución mexicana, seguida de períodos persecutorios de la Iglesia. No fue sino hasta los años 40 cuando se pudo estabilizar el trabajo misional. Los misioneros estructuraron todo para separar de su medio cultural a los niños y así educarlos y catequizarlos. Los rarámuri lograron resistir de nuevo.

En vísperas del Concilio Vaticano II se fue generalizando la idea de revisar el plan pastoral de la misión. Los intentos de los misioneros de conocer la cultura y de compartir la vida indígena llevaron a una progresiva conversión, cada vez más encarnada en la vida rarámuri.

Actualmente las ‘colonias’ desaparecieron; los internados se cerraron o buscan caminos para reforzar la cultura; los talleres se cerraron o cambiaron su finalidad; los ritos latinos se abrieron al cambio; la catequesis busca formas inculturadas de acción evangelizadora.

Hoy la pastoral indígena va por otros caminos, por el acompañamiento pastoral, que pretende compartir lo cotidiano rarámuri, comprender y aprender ahí los caminos de una comunicación verdadera. Se han introducido servicios de evangelización, salud, comercialización, agropecuarios, etc. cuando ellos lo van pidiendo según sus necesidades.

Han tenido una visión sabia de su situación histórica invadida; la prueba es que han resistido, que son y quieren ser ellos mismos.