Por Sebastián Salamanca Huet
Con esta frase del P. Pedro Arrupe SJ. quiero comenzar a contarles un poco la experiencia que he estado viviendo en los últimos meses acá en la Sierra Tarahumara. Mi nombre es Sebastián, tengo 26 años y soy prenovicio Jesuita, como parte de esta experiencia nos envían a diferentes misiones de la Compañía de Jesús discernir nuestra vocación.
Antes de tomar la decisión de probar si quiero ser jesuita o no, nunca me pasó por la mente lo que he estado viviendo por acá y de lo que he podido ser parte desde mis primeros días en la sierra: experimentar la pobreza de un pueblo que resiste a los embates de la modernidad, del asistencialismo que es como un cáncer que carcome el tejido social de las comunidades que forman parte de nuestra parroquia, un pueblo que se autodefine como Pagótuame, que significa bautizados en su lengua.
Los rarámuri, en este corto periodo de tres meses, me han enseñado a ser libre, libre para amar, para conocer, para aceptar, libre para celebrar sin prejuicios las fiestas, libres para aprender una nueva lengua, para conocer un cultura que pareciera hermética pero que se abre para aquellos que realmente desean acompañarles en su caminar. He aprendido muchísimo más de lo que yo, en mi papel extranjero, quizá pudiera enseñarles.
Pero yo no fui enviado a Samachique a enseñar, me mandaron a discernir, a conocer el trabajo de los jesuitas, de voluntarios entregados a esta misión pero sobre todo a conocer realidades de nuestro país que poco son difundidas, he ido siendo testigo de la violencia del crimen organizado, de la corrupción de nuestro país que poco se ocupa de los más necesitados, de las diferentes organizaciones sociales y religiosas que pretender ayudar y más parecen dañar la identidad religioso-cultural de los rarámuri. A pesar del desolador panorama de la realidad, he sido también testigo del cariñño real que los rarámuri dan cuando confían en alguien, cuando se dan cuenta que no todos los Chabochi (mestizos) vienen a quitarles sus tierras o a quitarles su tradición y sus costumbres.
Cuando llegas a un yúmari te reciben con alegría, te das cuenta de que en ese abrazo está la esperanza de un pueblo que lucha a su ritmo, que vive a su tiempo y que sigue danzando para que Onorúame siga bendiciéndoles con casa, vestido, sustento y para que el mundo no siga queriendo comerse la inmensa belleza que se encuentra en la Sierra Tarahumara del noreste de Chihuahua.
No me queda más que estar tremendamente agradecido con los jesuitas, los voluntarios y voluntarias que acogen al que llega a formar parte del equipo, con el pueblo rarámuri que me ha enseñado más de lo que jamás pensé aprender y con Dios por tanto bien recibido. Hoy puedo compartirles que los rarámuri son un pueblo increíble, lleno de tradición y de una fe inmensa en ese Dios Padre-Madre que tanto nos ama y que está contento con sus hijos que danzan, que beben y que hacen fiesta ofreciéndole todo lo que tienen y son.
Lo que dice Sebastian es algo que desgraciadamente todos conocemos la marginacion y el abandono, la corrupcion en nuestros gobernantes, los abusos de nuestras autoridades, gracias a Dios existe la Compañia de Jesus que hace esta labor de ayudar a estas comunidades a tener amor, asistencia, a conocer a Dios nuestro Señor a conocer gente buena que realmente quiere ayudarlos, lo que me queda es seguir pidiendo a nuestro Señor en mis oraciones que les de la bendicion, fuerza , entrega y los recursos necesarios para seguir adelante con su labor