El pasado 9 de Diciembre del 2008, la Red “Todos los derechos para todas y todos” le otorgó al P. Javier «el pato» Avila SJ, un reconocimiento por su trabajo en la defensa y promoción de los Derechos Humanos, en la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos Chihuahua. El evento se llevó a cabo en la Ciudad de México. Junto con él también recibieron reconocimiento Emilia Gonzalez (también de Chihuahua), el P. Jesús Maldonado (ex Director del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro AC, y Ernesto Martínez (del Centro de Derechos Humanos de Tabasco).
A continuación las palabras del P. Javier al recibir el reconocimiento:
México, D.F. 9 de Diciembre de 2008
Desde la noticia de ser invitado a recibir este inmerecido reconocimiento, me senté a revisar un poco nuestro caminar y contemplar agradecido la presencia amorosa del Dios de la libertad y de la vida y de tantísima gente.
Fue cerrar los ojos y dejarme llevar muchos años atrás.
Recuerdo que en la ciudad de Chihuahua y en las principales ciudades del Estado apareció una «insurgencia electoral» reclamando justicia y democracia. En ese mismo tiempo irrumpe el movimiento campesino del noroeste con un plantón por la Dignidad Campesina. La sociedad civil se organizaba y protestaba.
Y en Tarahumara, pintada de intimidaciones y amenazas se comenzaba a vislumbrar la creación de lo que luego fue COSYDDHAC.
Comenzaron a pasar por la historia y la memoria escenas en Tarahumara, en las comunidades indígenas, con torturas y desastres: un indígena arrastrado por el ejército hasta arrancarle el cuero cabelludo, otro indígena con el brazo roto por la Fuerza de Tarea Marte -antinarcóticos-. Esteban Rodríguez golpeado por un militar hasta casi reventarle un ojo, gente golpeada a culatazos, patadas, mujeres acosadas sexualmente, robo de ganado, redadas indiscriminadas, quizá urgidos de presentar resultados de sus operativos o lograr ascensos militares. Tantos riesgos que laicas, laicos, religiosas y sacerdotes tuvimos que afrontar cuando se fueron presentando las denuncias por las dictaduras militares que vivimos en esos años.
Recordé la impotencia y la tristeza, junto con esperanza y terquedad decidida, que la búsqueda de Pedrito Chávez (rarámuri secuestrado por el ejército), me acompañaron por un tiempo; esa búsqueda que desembocó en la sonrisa de su esposa y en la alegría reposada -muy a lo rarámuri- aquel domingo de resurrección cuando pude acompañarlo de regreso a su casa, luego de lograr su liberación de una cárcel de Los Mochis. Sólo preguntó la mujer «¿Chiri kó naware?» («¿Cuándo llegaste?»).
Me puse a recordar los retenes militares y las operaciones antinarcóticos que fueron tema de mucha plática con Pepe
Llaguno, el obispo co-fundador de Cosyddhac, durante nuestro caminar compartido por la sierra. Recordé aquella mujer que, al momento de celebrar la Eucaristía de cuerpo presente, llorando preguntaba por qué habían matado a su esposo si «ya había pagado la cuota». Dolor del pueblo que nos hizo rumiar lo que ahora es Cosyddhac. Se sueña un día y se construye en varios años.
Comentábamos entonces la necesidad de formar en Tarahumara un grupo de defensores de los derechos humanos. Y se me ocurrió imaginarlo en presente y en futuro, libre y ajeno a cualquier institución que intentara romperle las alas.
Fue cuando surgió la idea de no hacerlo institución de la Iglesia, e involucrar a laicos comprometidos con las luchas y los sueños. Laicos movidos también por una fe, para quienes cobraba una nueva actualidad las palabras del profeta: «Me has seducido Yahvé, y me he dejado arrastrar por ti…»
Y fuimos descubriendo «lo divino de la lucha por los derechos humanos».
Jon Sobrino, S.J., nos lo dijo: «No basta que la Iglesia tenga una doctrina sobre los derechos humanos ni que sólo la predique. No basta, y es todavía más peligroso si esa predicación se va convirtiendo en mera ortodoxia, tranquilizando así la conciencia ante la falta de praxis eclesial de los derechos humanos. No basta, aunque la Iglesia tenga también derecho a ello, con que la Iglesia exija sus derechos, tan urgentes y necesarios. Es necesaria su realización para que la Iglesia pueda hablar con credibilidad de los derechos humanos fuera (y dentro) de la Iglesia.»
Y así nos fuimos asomando, lenta y tímidamente, con temor y temblor, a la corrupción, a la denuncia, al dolor, a la realidad y a la esperanza. Hacer oír nuestra voz y la voz del otro, nuestra exigencia por la justicia y el respeto al hombre. Comenzamos saltando de piedra en piedra, entre las aguas de un río desconocido.
Fuimos a la denuncia, a la protesta enérgica y pública, que nos hizo ser intransigentes con los engaños de la «sabiduría» y de los egoísmos humanos. Fuimos encontrando un nuevo significado de la vida para atacar de frente la injusticia y la hipocresía de los representantes de la ley y los poderes.
Para muchos se dio un paso importante en el acercamiento a los pueblos indígenas. Y aunque no miramos como miran, ni soñamos como sueñan, ni amamos como aman, ni vivimos su vida ni morimos su muerte, a muchos nos han enseñado a mirar, a soñar, a amar, a vivir… Aprendimos con ellos, los que luchan desarmados, los que sienten desaliento pero continúan esperando.
La presencia de Cosyddhac se fue difundiendo entonces como el tesgüino en la olla: lentamente, dejando un profundo aroma y una huella imborrable.
Baborigame, en 1992, templó nuestra fortaleza y nuestra unidad, luego de una de las mayores violaciones a los derechos humanos en aquel tiempo, por parte del ejército.
Nos decidimos a tiempo, sin invertir en muchas consideraciones ni falsas «prudencias» e interpusimos una demanda en contra del ejército mexicano.
Alguna gente nos recomendó «prudencia», porque nos metíamos en un asunto «muy delicado», y a lo mejor hasta les parecimos locos imprudentes.
Ya nos habían advertido también del peligro que suponía tocar lo intocable y publicar lo impublicable. Pero también David venció a Goliat… y a lo largo de 20 años, en alguna medida hemos podido repetir la historia.
Decidimos arremangarnos la ropa para tomar la vida en serio, barrer tristezas acumuladas en varios rincones y decir a la tortura y a los torturadores: «¡Basta!». Nuestras oficinas en las diferentes regiones del estado se fueron llenando de gente que llegaba con su trozo de dolor, su ración de lágrimas, los bolsillos casi vacíos, pero con el corazón recién estrenado porque era posible levantar una queja.
Acabamos de cumplir 20 años en Cosyddhac, (6 de Noviembre de 1988) y esta es una de las mejores maneras de celebrar y agradecer ese caminar de tantos años. En la Comisión no hay manera de celebrarlo, pues ni para un ‘vino de honor’ nos da el presupuesto.
Los caminos de siempre son claros, seguros y de fiar. Andando por ellos sabemos lo que nos espera y cómo hacerle frente. Lo nuevo siempre implica riesgo y la naturaleza humana huye del peligro. Pero si Francisco Javier hubiera pensado así, no se habría ido con Ignacio de Loyola, Teresa de Calcuta no habría curado tanto dolor, ni Francisco de Asís nos habría mostrado el camino real.
Hoy podemos repetir y hacer nuestras las palabras escritas hace dos siglos por Alexander von Humbolt cuando entró en América y descubrió sus adentros:
México es el país de la desigualdad. Salta a la vista la desigualdad monstruosa de los derechos y las fortunas. La piel más o menos blanca decide la clase que ocupa el hombre en la sociedad.
Y hoy seguimos con el corazón lastimado y la esperanza escondida para que no nos la roben. El caminar ha sido largo, pero lleno de frutos; pesado, pero en compañía de los demás.
¿Cómo vivir con entusiasmo en un mundo tan golpeado como el de ahora?
De hora en hora uno espera las noticias. No podemos evitar leer los periódicos, ver la televisión, escuchar el radio, y al mismo tiempo sentirse oprimido por la preocupación sobre el destino de parientes cercanos y amigos.
La muerte se ha vuelto cotidiana y sinónimo de impunidad.
El dolor del pueblo frente a las masacres sigue a flor de piel, y el grito en la garganta.
COSYDDHAC nos llevó hace 20 años a darle vuelo a las alas de la imaginación, y a la fecha sigue con el mismo compromiso de vida por los pueblos indígenas, por construir una sociedad de rostro más digno, una cultura de respeto a los derechos humanos.
COSYDDHAC no tuvo miedo de acompañar al pueblo de Creel en la masacre perpetrada hace casi cuatro meses. Ni ha tenido miedo para seguir denunciando y exigiendo la verdad y la justicia, ambas todavía muy lejanas!
En nuestra realidad la justicia se arrebata al pobre, al desvalido, al pequeño, al marginado, al indígena, a cualquier ciudadano, y es necesario rescatarla, restaurarla, hacerla vida.
Hoy recibimos este reconocimiento con la esperanza de poder representar a tantos miles que no tienen un reconocimiento y están en la vulnerable lucha de cada día por defender los derechos y las vidas de otras y otros (como lo comentó recientemente un buen amigo).
Y gracias, finalmente, a la Compañía de Jesús por habernos engendrado en estas opciones y permitirnos seguir siendo soñadores.
Muchas gracias!
Javier Avila A., S.J.
lo felicitamos por su arduo trabajo dentro de la iglesia. somos un grupo de pastoral social perteneciente a la Parroquia de Nstra. Sra. de Fatima de Cd. Acuña, Coah.
y nos gustaria tener noticias del Sacerdote Jesuita Miguel Angel Ramirez Centeno.
Saludos y esperamos noticias de Ustedes….
que Dios los bendiga…….
DORA M. PINALES Y SRA. CRUZ GARCIA ORTEGA