La Compañía de Jesús en la Tarahumara

La Compañía de Jesús en la Tarahumara

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La Compañía de Jesús en la Tarahumara1

Enrique Mireles, sj

 

A pesar de que a lo largo de los años ha cambiado la manera de trabajar en la Misión de la Tarahumara, en el fondo permanece constante el deseo de amor y servicio a los pueblos indígenas. Para entender el proyecto de los jesuitas en la Tarahumara es necesario reconocer el camino que otros han recorrido. En la primera parte del artículo narro una breve historia de la Misión que espero nos ayude a ponernos en contexto. Posteriormente presento de manera general el proyecto de los jesuitas aquí, en la Tarahumara, y su relación con el proyecto apostólico de la Provincia. Después comparto mi experiencia de acompañamiento al pueblo rarámuri como parte de nuestro proyecto, en específico en la comunidad de La Gavilana. Finalmente reconozco la gracia que se nos da a los jesuitas de la Tarahumara al estar en esta Misión.

Contexto histórico de la Misión

En 1601 llegó el primer misionero jesuita, Pedro Méndez, a la zona que hoy conocemos como sierra Tarahumara. Ingresó por la región de los chínipas, al occidente de Chihuahua. Tres años después, el padre Juan Fonte sj entró por Balleza, parte meridional de la Tarahumara. El trabajo de los jesuitas en este lugar se vio interrumpido por las cinco rebeliones ocurridas entre 1616 y 1698, en las que murieron 14 misioneros a manos de los rarámuri y de tribus vecinas.

A partir de su trabajo entre los tepehuanes, el padre Fonte estableció contacto con los rarámuri para anunciar el Evangelio y mediar ante el conflicto que existía entre ambas tribus. En 1616 se rebelaron los tepehuanes en el Zape, Durango, donde martirizaron tanto al padre Fonte como a Jerónimo de Moranta sj, misioneros entre los tarahumaras. Asimismo, murieron en la revuelta los jesuitas Juan del Valle, Luis de Alabez, Bernardo de Cisneros, Diego de Orozco, Hernando de Santarén y Hernando de Tovar.

En 1632 fueron martirizados los padres Julio Pascual sj y Manuel Martínez sj en el pueblo de Nuestra Señora de Varohíos, por las tribus de los guazapares y varohíos. En 1638 se reanudó la misión entre los tarahumaras, interrumpida desde la muerte del padre Fonte. En 1650 murió en Papigochi el padre Cornelio Beudín sj a manos de los rarámuri. Dos años después fue martirizado el padre Jácome Antonio Basilio sj, en el mismo lugar. A finales del siglo, en 1690, los padres Juan Ortiz Foronda sj y Manuel Sánchez sj en Yepómera y Tutuaca fueron asesinados por conchos, jovas y tarahumaras del noroeste de la sierra.

Durante el siglo XVIII se logró un avance en las 22 misiones de la Tarahumara. Los rarámuri se reconocían como bautizados, es decir, como rarámuri-pagótuame. Sin embargo, los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la Nueva España en 1767. La Misión fue atendida entonces por los padres franciscanos. En 1857 estuvieron a cargo los sacerdotes diocesanos de Durango y a finales del siglo XIX vinieron a la sierra los padres josefinos. Los jesuitas regresaron a la Misión en 1900.

En 1958 la Misión se erigió como Vicariato Apostólico de la Tarahumara con Salvador Martínez Aguirre sj como primer obispo. En 1971 se ordenó el primer sacerdote diocesano. Para 1975 tomó cargo como segundo obispo José A. Llaguno Farías sj. El Vicariato se convirtió en Diócesis de la Tarahumara en 1994 con el obispo José Luis Dibildox. Finalmente, el cuarto obispo, Rafael Sandoval Sandoval mnm, tomó el cargo en 2004.

Proyecto de los jesuitas en Tarahumara

En 1974 se revisó la planeación pastoral de la Misión de la Tarahumara. La opción por el mundo indígena y los esfuerzos de los misioneros por acercarse a la cultura y a la lengua en el acompañamiento a las comunidades, los llevaron a encarnarse cada vez más en la vida rarámuri.

Actualmente colaboramos en la Misión de la Tarahumara 12 jesuitas. Atendemos las parroquias del Dulce Nombre de María, en Sisoguichi; San Francisco Javier, en Cerocahui; y San Miguel de Wawachiki, con sede en Samachiki. En Creel contamos con dos obras centradas en los indígenas: la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos AC (COSYDDHAC) y el Complejo Asistencial Clínica Santa Teresita AC (CACSTAC), que cuenta con una clínica, programas de alimentos, una escuela bilingüe, perforación de pozos de agua, un museo de arte sacro y una tienda de artesanías.

Los jesuitas de la Tarahumara formamos una sola comunidad y nos vemos con frecuencia en diversas actividades como Ejercicios Espirituales, reuniones comunitarias, celebraciones, reuniones de la diócesis, vacaciones, etc. Asimismo, colaboran en nuestras obras prenovicios, laicos y religiosas de distintas congregaciones.

El proyecto de los jesuitas de la Tarahumara busca privilegiar el acompañamiento y el servicio al pueblo rarámuri. Tenemos claro que nos toca apoyar todo lo que tenga relación con el mundo indígena. Sin lugar a dudas hacemos nuestro el segundo objetivo de la cuarta prioridad del proyecto apostólico de la Provincia. Nos sentimos invitados a acompañar a este pueblo en la defensa y promoción de sus derechos desde la riqueza de su cultura. Esto nos pide un acercamiento a su cultura y a su lengua desde el acompañamiento cotidiano, afectivo y efectivo, en las comunidades; reconocimiento de que son pueblos originarios con sus propios sistemas de vida; respeto de sus tradiciones, ritos y mitos; fortalecimiento de su identidad; y recuperación de sus recursos y defensa de su territorio.

Proyecto en La Gavilana

Como parte de mi trabajo en la parroquia de San Miguel de Wawachiki visito con frecuencia la comunidad de Rawíwachi o La Gavilana, que se encuentra en el municipio de Batopilas. Narro a continuación la gracia que se me ha dado al acompañar a este pueblo en su caminar más cotidiano.

Participo en sus fiestas donde celebran la vida. Tengo un cargo como matachín y bailo con ellos para sostener el mundo, para que Dios esté contento y para que nos perdone. La fiesta es un momento privilegiado porque es cuando la comunidad, que está dispersa por la sierra, se reúne para celebrar el santo de alguien de la comunidad, un bautismo, la muerte, el día de muertos, la Virgen de Guadalupe, Navidad, Santos Reyes, Candelaria, Semana Santa, San Juan, los aguajes, las siembras, la cosecha, además de la fiesta de la capilla que fue en el mes de diciembre. En las celebraciones, además de bailar matachín, también me piden rezar varias veces durante la noche. Acompaño al rezandero del pueblo y cuando no está, me toca hacerlo solo.

Me gusta mucho acompañar en las carreras de bola por los pueblos de la sierra y de la barranca. Nos toma un par de días desplazarnos, participar en la carrera y regresar. También corro una o dos vueltas, apuntando donde está la bola. Apuesto junto con ellos, celebramos el triunfo o la derrota y al terminar tomamos teswino con el responsable de nuestro equipo. Dormimos donde nos agarre la noche, si es que nos alcanza; batimos pinole por los arroyos, bromeamos y nos divertimos en la cacería de ardillas.

Me da mucha vida participar en las curaciones con Santiago y Guarupa, mis papás adoptivos, que son doctores tradicionales. Ya tienen mi rol bien asignado: debo dar el teswino a los enfermos, tres veces a los hombres y cuatro a las mujeres; las cantidades dependen de si son niños o adultos. Algunas veces me piden curar con una especie de rosario que hay que remojar en el teswino e ir poniéndolo en los puntos de energía del cuerpo. Y obviamente hay que repartir teswino al resto de los invitados. La curación en la cultura rarámuri es muy integral y toma en cuenta a la familia del enfermo, vecinos, comunidad, etcétera.

Participo en su trabajo del campo. El semestre pasado me tocó deshierbar frijol con varias familias. Trabajamos, nos dieron de comer quelites y luego a tomar tepache. Por otro lado, la cosecha de maíz fue tan escasa que ni siquiera invitaron a trabajar como se suele hacer en faenas comunitarias.

La comunidad lleva su propio ritmo de reflexión de la cultura, sus problemas, proyectos, sueños, etc. Me gusta estar con ellos en este proceso de reflexión. Vamos juntos a las reuniones del ejido al barranco. También se reúnen en la Gavilana en torno a la capilla que acaban de construir. Entre todos pensamos cómo cuidar la tierra y las costumbres que nos han heredado los abuelos.

La inauguración de la capilla fue el 20 de diciembre, después de varios años de proyecto. Fue un verdadero logro que la comunidad se hiciera responsable de su iglesia y que todos trabajaran para levantarla. Todo lo hicieron ellos sin paga a cambio. Nosotros solamente llevamos las láminas y los clavos y pusimos la vaca y el maíz para la fiesta. Con la construcción de la capilla se están reconfigurando los cargos, a tal grado que mandaron a hacer sus bastones de mando para darle forma a su sistema de autoridades tradicionales en torno a la iglesia.

La vida cotidiana en La Gavilana es siempre en compañía. Algunas veces vamos juntos el prenovicio, una de las voluntarias de la parroquia y yo. Santiago y Guarupa nos suelen invitar a almorzar o a cenar. Disfruto mucho estos momentos porque ahí se da el compartir más cotidiano: el abuelo Santiago juega con su nieta, hace bromas, le corta las antenas a un meteorito que va pasando para que no nos vaya a hacer daño; Guarupa juega con su nieto Silvino, le platica, le canta; contamos historias, socializamos la información de las fiestas, las carreras, el teswino.

Le doy gracias a Dios porque se manifiesta en lo más sencillo de la vida, en lo más cotidiano, en el compartir de la comida, en el trabajo, en la fiesta, en la risa de los niños, en una plática, en un saludo. Dios se manifiesta principalmente en la gente; sin embargo, la composición del lugar es de lo más bello e inspirador en la sierra Tarahumara: un amanecer, el atardecer, contemplar los pinos y los encinos del bosque, gustar del viento desde lo alto de un cerro admirando la barranca.

Las actividades de solidaridad, de salud y de asistencia son parte también del trabajo que realizo. Una vez al mes vamos a Creel para traer cajas de leche y galletas para los niños de tres comunidades de la parroquia. En la Gavilana superviso el programa de nutrición de los pequeños y de las embarazadas y acompaño a los promotores.

Junto con los programas de nutrición y salud, están los de emergencia por la sequía. En la parroquia hemos buscado el intercambio de maíz por trabajo comunitario; promover a la gente y solidarizarnos cuando hay escasez. En enero pasado repartimos cinco toneladas de maíz para la comunidad de La Gavilana. Ellos decidieron construir un par de trincheras para que no se vaya la tierra. Cuando terminaron el trabajo fueron por su maíz a la parroquia, buscamos el medio de transporte hasta un poblado, y de ahí se lo llevaron en burro.

Como Iglesia de Tarahumara acompañamos el proceso de reflexión que llevan las autoridades indígenas de las comunidades. Este proceso se llama PROFECTAR: Proyecto de Fe Compartida en Tarahumara. La reflexión se orienta en la recuperación tanto de las tradiciones, reforzamiento de la identidad rarámuri, como de sus recursos; en la defensa de su territorio y de su autonomía. Una vez al año se reúnen en Sisoguichi los gobernadores indígenas de toda la sierra. Cada dos meses lo hacen las autoridades rarámuri de las cinco parroquias de nuestra Vicaría Centro. Los agentes de pastoral somos los facilitadores de estas reuniones. Asimismo, promovemos en nuestra parroquia un PROFECTAR más local, cada dos meses en La Gavilana y cada mes en Samachiki.

No obstante, experimento una fuerte tensión al enfrentarme con la pobreza en la sierra, la enfermedad y el hambre. Muchos rarámuri tienen que migrar para buscar trabajo. Existe mucha violencia, especialmente en torno al narcotráfico y la narcosiembra. Los rarámuri han sido despojados de sus tierras por compañías mineras y de ecoturismo. El bosque se está acabando, y los políticos aprovechan la situación de la sequía para beneficio de sus intereses.

En el trabajo de acompañamiento a las comunidades rarámuri vivo en constante tensión entre el estar y el hacer; entre el trabajo con y por los indígenas. Hago ambas cosas, aunque le apuesto más a estar con ellos viviendo y acompañando en una de las comunidades, como es el caso de La Gavilana.

El seguimiento de Jesús entre los rarámuri toma rostros concretos: Santiago, Juanito, Goyo, Guarupa, Lucrecia, Yolanda, Verónica, Dominga, Elba, Silvino, Juvencio, Anselmo, Rosa, Silverio, Belasio, Martín, Dionisio, Gabino, Erasmo, Javier, Venancio. A ellos los he conocido por medio del afecto, como diría el Ronco: “el conocimiento por el afecto”. Jesús se manifiesta en ellos, que son más que mis amigos; se han vuelto mi familia, mi gente. Dios se manifiesta en la vida sencilla y cotidiana: en el caminar, en el compartir, en el juego, el trabajo, la fiesta; en el asombro de los niños, en las bromas y las risas de los viejos, en las ocurrencias de cada miembro de la comunidad, que me recuerdan que esta vida se puede vivir feliz.

En el acompañamiento al pueblo rarámuri experimento a Jesús siempre a mi lado: enseñándome, bailando, corriendo, bromeando, compartiendo, comiendo y bebiendo. Jesús es mi esperanza, una esperanza que se revela y se encuentra presente con gran densidad en cada uno de mis amigos rarámuri.

Me da mucha esperanza contar con el apoyo de tantos jesuitas y en especial de mi comunidad de la Tarahumara. Hay una apuesta por mi trabajo, para que ande por el monte acompañando y aprendiendo de los rarámuri. Estoy muy agradecido con la Compañía; agradezco el buen ejemplo de nuestros hermanos jesuitas que nos han precedido, incansables misioneros dispuestos a darlo todo. Ciertamente, estamos aquí gracias a otros que han entregado su vida y que nos han enseñado el camino.

Una época de gracia

Los jesuitas de la Tarahumara estamos viviendo un tiempo de gracia para acompañar al pueblo rarámuri. En los últimos años nos hemos acuerpado en torno a tres parroquias indígenas y a dos proyectos enfocados a los indígenas. La opción por ellos sigue siendo vigente. Este es un tiempo de gracia para escuchar al Dios que habla y que se nos muestra a través del pueblo indígena; es un tiempo de gracia para vivir el Evangelio y dejarnos moldear por los rarámuri; es un tiempo de gracia para aprender, especializarnos y poner todas nuestras capacidades al servicio de sus luchas y por la construcción del Reino de Dios.

Nuestro proyecto apostólico de provincia señala que es prioritario revitalizar nuestra cercanía, compromiso y servicio a quienes viven en las nuevas fronteras de la exclusión, especialmente migrantes e indígenas. Que el Señor nos conceda responder con todo el corazón y con todas nuestras fuerzas a la realidad de violencia, pobreza e injusticia de la que son víctimas los migrantes y los pueblos indígenas.

1 Artículo publicado en la Revista de la Compañía de Jesús “Jesuitas de México” Número 51, enero-abril 2012.

 

5 comentarios
  • ester julio 4, 2012 at 7:59 am

    se me hace bonito, conectamos todo en red con otras redes.

  • Dulce Ma. enero 28, 2013 at 12:03 am

    tienen una cuenta de banco?

  • Philippe marzo 23, 2013 at 10:11 pm

    Me gusta leer eso ! Historicamente, sabemos lo importante que han sido las misiones jesuíticas em la defensa de los pueblos originários de América. Me alegra que esse passado ilustre aún permanezca vivo en la historia presente. Ojalá nuestro nuevo Papa, que es jesuíta, de más atención y apoyo a la obra tan bela que hacen estas missiones.

  • GeAco junio 3, 2014 at 5:15 pm

    Buen día, conocemos un poco de lo que es la misión en Tarahumara, hemos leído algunos artículos de su blog y nos parecen muy interesantes. Nos interesaría mucho pudiéramos tener un teléfono o correo electrónico para mantenernos en contacto con ida y ver de que manera podemos ayudar con esta misión. Saludos

  • Flavio Treviño Cardenas agosto 5, 2016 at 4:08 pm

    Qué gran espíritu de servicio, de humildad y de santidad tienen todos los jesuitas. Demos gracias al Padre por su existencia. Que Dios Padre los acompañe siempre¡

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