La mística rarámuri
Se ha dicho mucho sobre el pueblo Tarahumara o Rarámuri (como ellos se describen), sobre todo que son corredores resistentes que recorren largas distancias a pie sin cansarse, o sobre sus juegos tradicionales de carrera de bola y ariweta. Pero me parece que se ha dicho poco sobre la mística y la espiritualidad Rarámuri.
Comenzaré hablando de un sueño que tuve. En la cultura rarámuri, los sueños son de vital importancia: los owirúame (o médicos tradicionales) curan a través de los sueños, un sueño puede ayudar o avisar de algo, la pregunta ¿qué soñaste? (pirir rimuri) es de las primeras preguntas que se hacen cuando uno saluda a alguien por la mañana. Durante mi visita a la comunidad de Gavilana, en la parroquia de San Miguel de Guaguachique, donde colaboro, tuve un sueño muy vívido: Dios me pedía hacer “yumari”, la fiesta rarámuri, el sacramento de la cultura tarahumara que ha perdurado a través de los siglos. Esto me llevó a realizar una serie de preparativos largos y sinuosos como los caminos de las barrancas. Le conté mi sueño a Rebeca, la siríame (gobernadora) de la comunidad de Samachique y me dijo que tenía que hacer el yumari pronto. Luego hablé con Santiago, el owirúame de Gavilana, y acordamos la fecha. En mi sueño estaba también Belasio, un rarámuri de la comunidad, y entonces él también me ayudó.
Llegué a Gavilana una semana antes del yumari. La intención era acompañar a las familias en su celebración de los fieles difuntos, pero también organizar bien el yumari. El contexto de Gavilana es difícil: hay que caminar mínimo unos 4 km para poder visitar al vecino más cercano. La “casa de los padres” está de igual manera alejada, como las casitas de las familias, y no hay cobertura de teléfono en ningún sitio, más que en las zonas altas, lo cual implica otros 3km de caminata. Esta aparente desconexión del mundo virtual me permitió conectarme con el mundo que me rodeaba: las montañas, el bosque, la gente, el idioma. En la comunidad, pocas personas hablan español, y quienes hablan español prefieren hablar rarámuri. En su lengua materna entienden y se comunican de una forma impresionante.
Las distancias, el idioma, y la lejanía fueron factores que me permitieron reconectar con lo que habita en mi interior, con Dios. Me enfermé de gripa y nuestro botiquín estaba prácticamente vacío: no había nada para mejorar la congestión nasal o la fiebre, solamente dormir y tomar mucho líquido. Tuve que ir a visitar a mucha gente para invitarlos a la celebración del yumari, pero también para resolver cuestiones básicas: maíz, tortillas, pinole, todo lo que se iba a compartir para comer y beber ese día, quienes iban a trabajar en qué, cómo, etc.
Paradójicamente desconectarme me reconectó con lo esencial: Dios habitando en medio de su pueblo, de un pueblo pobre que comparte con su Dios de lo que tiene. El yumari sucedió de forma increíble, todo fue muy bien organizado y la gente estuvo contenta rezando, danzando, comiendo y bebiendo. En el rito de la curación me sentí profundamente confirmado por Dios en mi misión, en haber sido puesto allí, como San Ignacio, con el Hijo cargando la cruz, con el pueblo rarámuri que carga con múltiples cruces y que enfrenta múltiples amenazas: la violencia del narcotráfico, el cambio climático y las sequías, una cultura occidental prepotente e insensible, educación descontextualizada a su realidad, programas de gobierno asistencialistas que dañan las comunidades, iglesias de otras denominaciones cristianas que erosionan y fracturan a las familias y a los pueblos… la lista podría seguir. Frente a todo ello, los y las rarámuri se yerguen frente al mundo haciendo fiesta: bailando, compartiendo y disfrutando: entre ellos mismos, con Onorúame panina betéame y con nosotros que, aunque no pertenecemos a su pueblo, nos adoptan como parte de ellos.
En resumen, desde mi experiencia podría atreverme a decir que la mística rarámuri es una mística del hacer: hacer fiesta, bailar, trabajar… pero también del contemplar, del dejar que el peso de la realidad empareje el mundo, lo haga más justo, como cuando se pisa el sueño al bailar el pascol o el matachín. La mística Rarámuri es también alegre, porque en la fiesta tenemos momentos solemnes salpicados de risas y bromas, dando espacio para los errores y los aprendizajes, sin menospreciar a nadie. Es una mística de profundidad, porque abarca a la persona en todas sus dimensiones: espiritual, corporal, intelectual… como un todo sin fragmentos, integrado. Y es una mística que conecta con lo esencial, no con lo superficial, va hasta la raíz existencial y permite reconocer el sentido del vivir y del hacer cotidiano, pintando la vida con las tonalidades de un Dios que ama a sus hijos e hijas porque comparte con ellos y ellas todo lo que acontece en su cotidianidad. La mística rarámuri es una lección para nuestras mentes occidentales, para nuestras vidas perdidas, para nuestro planeta dañado y para nuestra iglesia católica.